¿Existe alguna semejanza entre la
actitud del Presidente del Gobierno Mariano Rajoy
con la que mantuvo el Presidente Carlos Arias
Navarro para frenar las necesarias reformas
políticas que el Rey Don Juan Carlos I deseaba
emprender para instaurar la democracia en España?
Casimiro García-Abadillo, el director de "El Mundo",
acaba de publicar un lúcido artículo "¿Alguien no se
ha dado cuenta de que los tiempos están cambiando?"
García-Abadillo advierte que "ahora, todos nos
jugamos el futuro. En año y medio tendremos que
hacer un gran cambio. Si lo hacemos bien, daremos un
salto hacia adelante. Si no, España será la que
sufra el daño". Es cierto que en año y medio
tendremos que haber hecho ese gran cambio, pero para
lograrlo hay que comenzar ya, ahora mismo, sin
esperar más.
El mensaje del Rey Don Felipe VI, el día de su
proclamación ante las Cortes Generales, abre las
puertas para la esperanza, para que todos podamos
seguir viviendo en paz y armonía. El Rey ha dejado
meridianamente claro en su mensaje que se va a
emplear a fondo en el ejercicio de sus competencias
de arbitrar y moderar el funcionamiento regular de
las instituciones, poder que le otorga la
Constitución. Pero si no recibe la colaboración del
Gobierno, de la Oposición, de los restantes grupos
parlamentarios y de aquellos que han surgido en las
recientes elecciones al Parlamento europeo, la
Corona fracasará en su empeño, y eso no puede
suceder, porque de las mismas esperanzas más que de
las desesperanzas surgen los mayores conflictos
sociales.
Se habla de un nuevo proyecto de federación para
España, algo que no deja de asombrar, porque ¿qué es
si no el sistema autonómico que nos hemos dado? Pues
una federación. Una organización del Estado en la
que ni los nacionalistas vascos ni los catalanes se
sienten cómodos.
Estamos integrados de pleno derecho en una nación de
naciones: Europa. Ahora se oyen voces de los
partidos nacionalistas que piden esa misma forma de
gobierno para España. Nadie debe rasgarse las
vestiduras porque planteen esas reivindicaciones. Lo
que hay que evitar es precisamente que la
insatisfacción de esas minorías representadas en el
Parlamento español, pero que son mayorías en sus
territorios autonómicos, suponga una grave amenaza
para la estabilidad del Estado.
Mientras la Corona fue lugar de encuentro de todos
los territorios de la España emergente y se
respetaron sus tradiciones, no existió conflicto
alguno hasta que una vez lograda aquella unidad
política en el siglo XVI, con el paso de los siglos,
España se convirtió en un Estado unitario
centralizado y se fueron vulnerando aquellos pactos
que dieron lugar al nacimiento de la soberanía
española, o lo que es igual, al nacimiento de su
unidad política.
Pretender que la Corona vuelva a ser
el lugar de encuentro de los distintos territorios
del Estado no representa ninguna involución, sino
todo lo contrario. Se estaría dando un contenido
mayor a la Corona como Institución, sin que por ello
deba asumir funciones ejecutivas de poder, y se
lograría la estabilidad necesaria del Estado.
No echemos por la borda la obra realizada durante
estos años bajo el reinado de Don Juan Carlos I por
hombres de Estado como el Presidente de las Cortes
Torcuato Fernández de Miranda, el Presidente Adolfo
Suárez, el Presidente Felipe González, Alfonso
Guerra, los Padres de la Constitución y tantos otros
que fueron garantes de la Corona y de su estabilidad
política.
De la Ley a la Ley. Así se hizo la Transición
política durante el reinado de Don Juan Carlos I.
Ahora, con el Rey Don Felipe VI se deben hacer las
reformas necesarias para que todos se sienta cómodos
y podamos vivir en paz y armonía.